LA REVOLUCION DE LOS MORISCOS EN LA SIERRA DE ESPADAN

Empar Pons, Josep Herrero, año 1973

            Aunque éste es el titulo que damos al presente trabajo, queremos extendernos a unas épocas pretéritas, hacer antes un poco de historia, contando los hechos que antecedieron a aquella revuelta, ya que para analizar cualquier conflicto hay que buscar los motivos en épocas anteriores y así tener una visión mas completa del caso.

            En esta ocasión hemos creído conveniente analizar la situación de los moriscos desde la Reconquista. Para ello contamos con alguna información de interés, sobre todo con la “Carta puebla” otorgada por el Rey D. Jaime a los moros de Eslida, Ahín, Veo, Sengueir, Pelmes y Zuera.

            Después centraremos la cuestión en las vicisitudes que tuvo que pasar el ducado de Segorbe, que era dueño de las tierras, y cómo por diversas causas la tolerancia religiosa y convivencia entre las comunidades cristiana y musulmana se iba haciendo cada vez mas difícil. Todo esto nos llevará hasta la guerra de las Germanías, centrando nuestra atención en la participación de los moriscos y sus consecuencias.

            Finalizando este preámbulo nos centraremos en la revuelta de Espadán. Además de contar para este cometido con documentación escrita, también puedemos aportar algo que a nuestro parecer es de gran interés: gracias a En. Joan Tomás y Martí conoceremos los puntos donde acamparon las fuerzas de uno y otro bando, algunas fortificaciones, el sitio donde fueron derrotados los moriscos (aún se denomina actualmente “el barranc dels morts”) y sobre todo el relato de los hechos “vistos” por este arqueólogo, que ha inspeccionado el terreno y ha analizado y estudiado los objetos que encontró.

EL LUGAR DE LOS HECHOS

            La Sierra de Espadán es una gran cadena de montañas que se extiende desde LaVilavella, a seis kms del mar, hasta Pina, casi lindando con la provincia de Teruel. Al norte está limitada por el río Mijares y al sur por el Palancia. Los montes son altos y agrestes; los mas importantes son el pico de la Rápita (1.103 m) y el Alto de la Pastora o pico Espadán (1.099 m).

            Todos los pueblos mencionados en la Carta puebla se encuentran en la cara norte a excepción de Pelmes, que no existe actualmente e ignoramos cual sería su emplazamiento. En cuanto a Senguier… ¿Sería, quizás, el actual Chinquer? La similitud de los dos nombres y su situación geográfica nos hacen aventurar esta hipótesis.

            También en la cara norte están emplazados, entre otros, los municipios de Artana y Onda. En la sur podemos citar, como más importantes, Vall de Uxó y Segorbe.          Conocida ya esta valencianísima comarca de Espadán donde tuvieron lugar los hechos, es interesante saber la identidad de los hombres que los vivieron.

Sierra Espadán (Mapa base del Instituto Geográfico Nacional)

LOS MORISCOS

            Según Joan Fuster (1), los moriscos eran autóctonos del país. Efectivamente, no parece que fueron tantos los colonizadores africanos como para desvirtuar el fondo racial aborigen. Lo que sí es cierto es que asimilaron de tal forma la cultura árabe que quedaron totalmente islamizados, adoptando y defendiendo como cosa propia la lengua, la religión y las formas de vida de los conquistadores musulmanes.

            En el aspecto físico no parece que había ninguna diferencia entre cristianos y moriscos. Si en algún momento se hace alusión al “color no muy blanco” de alguno de estos hombres (2) más bien parece que se trataba de algún caso excepcional. Los de Castilla, según Escolano (3) “hablaban y vestían tan a lo christiano que era dificil cosa poderlos distinguir”.

LA RECONQUISTA

            Después de la conversión al Catolicismo del ex rey moro de Valencia Zeyt Abuzeyt, se firmó en Calatayud un Convenio entre é1 y D. Jaime I (21 de abril, 1.239), por el que Zeyt conservaba el dominio de Segorbe y su comarca.

            Conquistada Valencia, el destronado rey iba perdiendo su prestigio. No solamente entre los caballeros y ricos hombres aragoneses, sino sobre todo entre sus propios súbditos, sarracenos todos, cuya mayoría permanecía fiel a su propia religión. Certificados del cambio religioso operado en el emir (habíase publicado su bautismo), pudieron comprobar a través de sus disposiciones y providencias que el hecho de su abjuración del mahometismo era real; entonces surgieron los gritos de rebelión en toda la comarca e innumerables focos de insurrectos se derramaron por la sierra de Espadán (4).

            Con el fin de controlar este levantamiento, D. Jaime envió un ejército de tres mil hombres de a pie para que sojuzgase a todos los pueblos comprendidos entre Murviedro y Onda (5).

            Pronto llegaron las fuerzas del Rey a Artana. Allí seguramente recapacitaría sobre la poca importancia económica de los pueblos ubicados en el centro de Espadán. Por contra, tenía delante a unos hombres aguerridos, valientes hasta la muerte como la Historia demostraría más tarde y conocedores de un terreno quebradizo con altas y empinadas crestas, todas llenas de peñascos y piedras, dispuestas a ser lanzadas por las laderas con la mayor facilidad. Si el ejército cristiano se lanzaba al ataque, la lucha tenía que ser costosa y dura para que después, en el supuesto de que se alcanzara la victoria, las ganancias efímeras no justificaran el esfuerzo.

            Es evidente que D. Jaime prefería las victorias diplomáticas a las militares y esto por varias razones: el Rey extendía sus dominios sin eliminar a sus habitantes islamizados. Una gran mayoría de moros iban a formar parte de la nueva estructura social valenciana (6).

            La Carta Puebla incorporaba unos terrenos al nuevo estado que, si como hemos dicho antes no tenían un gran valor económico, en cambio sí que lo tenían como punto estratégico. Consideremos las dificultades que hubiese supuesto tener hostil una sierra que parte casi enteramente, de este a oeste, la región por el sur de la actual provincia de Castellón y que se encuentra relativamente cerca de Valencia (unos 40 km al norte).

            Por todos estos motivos creemos que fue acertadísima la disposición de D. Jaime.

            Como podemos ver en esta Carta Puebla (la transcribimos en el Apéndice 2º) el Monarca les reconoció una libertad casi total. Las condiciones exigidas eran mínimas: declararse vasallos suyos, pagar el diezmo y no heredar en Valencia y Burriana.

            Las ventajas se podían considerar mayores: La propiedad de todas sus tierras con derecho a heredarlas de padres a hijos; la jurisdicción del cadí que habitaba en Eslida, conservando todas sus leyes; el libre tránsito por otros términos sin intromisión alguna y la no interferencia de cristianos en sus casas y propiedades. El alcaide no les debía exigir ninguna prestación económica ni podía prohibir sus prácticas religiosas. Por último, y esto es a nuestro entender era una de las mas importante de las concesiones contenidas en la Carta Puebla, la libertad religiosa. Libertad para orar en sus mezquitas, para guarda los días de fiesta y para enseñar el Corán y demás libros sagrados a sus escolares (Según Escolano había en Eslida una escuela de alfaquís a la que acudían estudiantes de medicina, filosofía y letras).

            Toda la Carta Puebla es admirable por su contenido, tan acomodativo a los sarracenos. Pensemos, por ejemplo, en su tolerancia religiosa dentro de una época de intransigencias y cruzadas.

LA ÉPOCA DEL FEUDALISMO .EN ESPADÁN

            Poco tiempo pertenecieron estas tierras a la corona. En 1.255 D. Jaime se las concede en señorío a su esposa Doña Teresa Gil de Vidaura y después pasaron al hijo de ambos, Jaime.

            Extinguida la línea directa de descendientes de D. Jaime II de Xérica, nieto del Conquistador, Martín I el Humano incorporó estos territorios a la corona en 1.372 (9)

            Años más tarde se produce la muerte del Rey (1410) y entramos en el “interregno”, paréntesis que se solucionaría dos años más tarde en el Compromiso de Caspe. Sube, pues, al trono de Aragón el infante castellano D. Fernando de Antequera. A su muerte le sucede su hijo primogénito, a quien la Historia conocería con el nombre de Alfonso V el Magnánimo

            Nos situamos en 1.416. Hermano del Rey aragonés es D. Juan, Rey consorte de Navarra. Hermano, también de ambos, lo es el infante D. Enrique, personaje que ha de centrar nuestra atención porque no tardará en quedar ligado a los intereses de los poblados y comarcas de Espadán.

            Efectivamente: Por razones políticas en las que entraba mucho en juego la paz y la concordia con el Rey de Castilla, y por diversas circunstancias que no viene al caso comentar, se estableció el 12 de abril de 1.435 una concordia entre D. Alfonso V y sus dos hermanos antedichos. En virtud de la misma y entre otras cláusulas que en nada interesan a nuestro objetivo, el Rey de Aragón comprometióse a conceder a su hermano D. Enrique el pleno y libre dominio del castillo y de la villa de Segorbe juntamente con los castillos, casas y heredades de las sierras de Eslida y Espadán, de todo el valle de Uxó y de todos los lugares pertenecientes a la Orden Militar de Calatrava en Valencia, Cataluña y Aragón.

            Esta generosa concesión tuvo su refrendo legal el 13 de enero de 1.436, quedando por tanto el infante Don Enrique, a partir de este momento, dueño territorial absoluto de todos los lugares antedichos y con todos los derechos, entradas, frutos, censos, diezmos, réditos, emolumentos pertenecientes al Rey y con toda su jurisdicción alta y baja, civil y criminal, mero y mixto imperio, la total potestad de la espada, horcas, castillos y todas las demás preeminencias correspondientes a la ejecución de dicha jurisdicción, que sólo produciría efectos mientras el Rey de Castilla no devolviese a D. Enrique o a sus sucesores las tierras que les había confiscado en Castilla; en este caso volverían a la corona los territorios y derechos, objeto de la donación.

            Pero no fue cosa fácil para el nuevo señor territorial la posesión efectiva de los dominios mencionados. Los alcaydes de los respectivos castillos se negaron en absoluto a tributarle vasallaje, alegando haber prestado juramento de fidelidad solamente al Rey.

            Así pasaron dos años largos. Y si bien es verdad que al cabo de ellos cedieron los de Segorbe logrando el Infante posesionarse e instalarse en su Alcázar en junio de 1.438, sin embargo los alcaydes de la Sierra de Espadán y Valle de Uxó mantuviéronse firmes en su negativa, prolongándose esta situación hasta la misma muerte de D. Enrique, ocurrida prematuramente un acción de guerra, en 1.445,

            De esta circunstancia imprevista, agravada por no haber dejado aquél sucesión, ya que todavía no había nacido el vástago que esperaba, valióse la Reina Dª María, Gobernadora General del Reino por ausencia de Alfonso V, para reincorporar a la Corona todos los dominios citados, pertenecientes a D. Enrique. Pero esta maniobra no llegó a prosperar.

            Nacido cuatro meses más tarde (noviembre del mismo año) el ya hijo póstumo de D. Enrique, el también infante del mismo nombre, que sería conocido por el Infante Fortuna.

            En 1.458 muere también sin sucesión el Rey Magnánimo y 1e sucede en el trono de Aragón su propio hermano Juan, rey consorte de Navarra. Una de sus primeras providencias fue la rehabilitación jurídica de su sobrino, el joven infante D. Enrique.

            En virtud de esta real providencia decretada el 18 de agosto del año siguiente(1.459), por la que el Rey confirmaba en todos sus puntos la donación hecha por D. Alfonso V al malogrado D. Enrique, el Infante Fortuna dispúsose a tomar posesión de todos los dominios antedichos.

            Los de Segorbe y Espadán se opusieron, como habían hecho con su padre. Su resistencia fue tenacísima, pero la aplicación de ciertas medidas coercitivas y aún punitivas, hizo posible un reconocimiento de “jure” aunque no “de facto”, ya que durante los años que subsiguieron no faltaron serios disturbios y agrios resquemores (10).

            El 22 de septiembre de 1.522 moría el Infante Fortuna y le sucedió su hijo, D. Alfonso de Aragón, que fue el primero que ostentó el título de Duque de Segorbe (11). Volveremos más delante a ocuparnos de este personaje, ya que fue en la guerra de las Germanías y de Espadán el general en jefe de las tropas reales.

            Evidentemente, muy pronto fueron atropellados los derechos que D. Jaime I reconoció a los moriscos en la Carta Puebla, primero fue donar las tierras en señorio, después incumplian la promesa de poder practicar su propia religión y finalmente se les negaba el derecho a vivir en su propia tierra.

            Trascribimos a continuación un relato que Beuter sitúa en 1.551:

            “En Valencia hubo un gran escándalo por el mandamiento que hizo el Rey a los moros que se fuesen de la tierra. Los más animosos se pusieron a combatir los castillos animosamente y los de menos valor se dispusieron para irse a Murcia”.

            “De la parte de Segorbe fueron cuatro los castillos que se perdieron en Slida y Beo. Los que combatían en la parte de Segorbe ayuntáronse en la Sierra de Spadán que fueron más de doce mil”(12).

            Posiblemente los moriscos irían perdiendo, poco a poco, sus libertades y protestarían por ello, como parece evidenciarlo la información precedente. En el siglo XV concretamente, en la donación que el Rey Alfonso V hace a D. Enrique de Espadán y demás lugares, vemos que ha desaparecido, o por lo menos ha sido mitigada en gran parte, la jurisdicción del cadí; vemos, igualmente, que la administración de justicia corre a cargo del señor y no de los mismos sarracenos como estipulaba la Carta Puebla; esto por citar dos ejemplos. No es extraño, pues, que ante semejantes atropellos, los moriscos se negasen a rendir vasallaje y se opusiesen tanto a D. Enrique como después a su hijo, el infante Fortuna.

PROBLEMAS DE CONVIVENCIA

            Al principio, la convivencia entre moros y cristianos, en lo que se refiere al País Valenciano, debió ser necesariamente pacífica y tolerante. Las dos comunidades debían resignarse a guardar un respeto mutuo por razones obvias de interdependencia económica y social.

            Posiblemente en un principio la población musulmana no se consideró vencida por los dominadores cristianos. Muchos de nuestros moriscos habían aceptado la soberanía de los reyes catalanes a través de capitulaciones pactadas (este es el caso de los de Espadán) que, si para los conquistadores habían sido solamente instrumentos oportunistas, para ellos tenían una garantía legal perdurable que les hacía creerse súbditos libres.

            Si bien, primeramente, los conquistadores eran una superestructura urbana dirigente poco numerosa (13), durante los siglos XIV y XV la corriente inmigratoria de catalanes acentúa en el País Valenciano la importancia de la comunidad cristiana, determinando el carácter regional (Religión, lengua, costumbres, mentalidad) de la sociedad valenciana.

            Nos encontramos, pues, con dos comunidades bastante igualadas en número de individuos, pero con una marcada diferenciación en lo religioso, cultural y social. Esto, de por sí, ya era suficiente para mantener un antagonismo entre ellos. Pero había otras razones:

            Los cristianos aborrecían a los nobles y los moros eran tan buenos vasallos de éstos que parecían sus cómplices. El pueblo bajo, teniendo en cuenta estas razones confundía y asociaba el odio al noble con el odio al moro. El campesino cristiano veía en el moro un competidor. Éstos, reducidos a una servidumbre absoluta, eran víctimas de una explotación ignominiosa, mucho mayor que la sufrida .por los cristianos. El moro trabajaba la tierra en unas condiciones que el cristiano nunca hubiese aceptado. Tributaban exageradamente a sus señores, y, no obstante, acostumbrados a un nivel de vida más bajo, lograban resistir todo esto e incluso lo superaban con algún rendimiento. El cristiano los envidiaba (14). Son numerosos los autores que coinciden en afirmar que la laboriosidad de los moriscos superaba a la de los cristianos.

            Había también razones de índole política y religiosa. Todo musulmán era considerado como enemigo de la Patria y de la Religión cristiana. Se les consideraba como una quinta columna, dispuesta a colaborar con los piratas berberiscos u otras gentes hostiles a nuestro país y a nuestras creencias (15).

            El odio al moro que sentía el pueblo era compartido por sus gobernantes; solamente la nobleza los defendía tenazmente, pero su defensa tenía como motivo el provecho propio. Se pensó en la asimilación de los moriscos como única forma viable de convivencia, pero ésta fracasó a pesar del esfuerzo empeñado en ello, tanto por parte de la autoridad religiosa como del poder civil.

            Los moriscos resistieron tenazmente todo intento encaminado a acabar con su Religión, su lengua y todas sus costumbres y tradiciones.

            Las medidas a tomar debían ser, pues, mas drásticas. Los Reyes Católicos habían optado por no tolerar las disidencias religiosas dentro de sus dominios. El primer paso fue la expulsión de los judíos. Luego vendría el fortalecimiento de la Inquisición junto con un sistema de policía y sanción, encaminado a remediar las reminiscencias, más o menos clandestinas, de la religión judaica, practicada por los hebreos convertidos al Catolicismo, a fin de eludir el destierro.

            Con los musulmanes se debla obrar de igual modo, Un edicto de 1.502 ponía a los moros en la disyuntiva de bautizarse o ser expulsados. Pero la Corona de Aragón quedo exenta de aplicarlo, más aún, en las cortes generales de 1.510, el Rey accedía a garantizar que los moros valencianos no serían expulsados ni obligados al bautismo. Era inevitable. En Aragón y sobre todo en el País Valenciano, la economía agraria, buena parte del pequeño comercio y no menos de las actividades industriales descansaban sobre la mano de obra de los musulmanes. Lógicamente los nobles debían defender a sus vasallos moriscos, ya que sin ellos peligraban sus intereses (16) y un decreto de expulsión total o parcial les hubiera privado de sus riquezas, siendo seguro su debilitamiento como clase social. También querían eximir a los moros de una vejación de tipo religioso, porque las consecuencias de un bautismo forzado se traducirían inevitablemente en alguna forma de inquietud social sumamente desagradable. Vemos, pues, cómo los intereses de la nobleza local prevalecen sobre el exclusivismo ortodoxo de la política real. Los moriscos supieron agradecer la protección de sus señores; su adhesión fue incontestable y así lo demostraron durante el episodio revolucionario de las Germanías (17).

LOS MORISCOS Y LAS GERMANÍAS

            Durante 1.519, la peste que diezmó la ciudad, el peligro de un desembarco pirata y sobre todo el descontento por la tiranía de los nobles motivaron una grave crisis en Valencia. Los actos de protesta se convirtieron en motines para llegar al fin, a una verdadera guerra civil.

            Los gremios, armados se hicieron dueños de casi todas las villas y ciudades reales del Reino. El virrey se vio obligado a salir de Valencia y ver de formar un ejército que oponer a los agermanados. Este ejército se lo prestaron los nobles y entre ellos el Duque de Segorbe, D. Alfonso de Aragón, hijo del Infante Fortuna, que asumió el mando de las tropas que operaban en el norte de la región, siendo sus principales éxitos el sitio y toma de Castellón en junio de 1.521 y la victoria de Murviedro en 1.522, definitiva para las tropas del Rey.

            No abrigamos la menor duda de que en las filas del Duque formarían los moros de Espadán, sus vasallos, siendo ésta la única participación que tendrían en la Germanía, pues no es probable que estuviesen los agermanados en la sierra, siendo como era el Duque jefe de las tropas enemigas y estando algo apartada de su centro de operaciones en la Plana.

            Pero, si directamente no tuvo gran influencia la Germanía en Espadán, indirectamente la tuvo y grande.

            Como en la guerra de las Germanías los moros pelearon al lado de los nobles y en parte contribuyeron a la gran derrota del pueblo valenciano, éste no los ignoraba; y si bien disimuló el odio que sentía contra la nobleza, persistió el sentimiento de venganza contra los musulmanes.

            Durante la guerra, llevados ya los menestrales valencianos de este odio y creyendo que con ello contribuían a la desaparición de la raza odiada, obligaron a bautizarse a todos los moros de las poblaciones donde entraba la Germanía (18). El bautismo forzado se hacía “con escobas y ramos mojados en una acequia”, recuerda Escolano. No era éste el peor ultraje que recibía el moro. Los asesinatos y robos fueron continuos durante aquellos tres años de guerra. En ocasiones, los moros eran asesinados después de ser bautizados: “Aquello era echar almas al cielo”.

            Es explicable este desenlace. Los moros no eran los aliados de los nobles, pues se les podía considerar, simplemente, como sus vasallos convertidos provisionalmente en soldados. Su posición baja con respecto a la nobleza no permitía otra cosa.

            La debilidad les convirtió en víctimas fáciles del odio de los agermanados. Ellos involucrados en una lucha, hasta cierto punto ajena a sus intereses y sin una protección eficaz por parte de sus señores, fueron los grandes perdedores de la guerra; seguramente más perdedores que los propios agermanados.

            A las represiones directamente sufridas añadamos las que se derivarían más tarde, del bautismo forzado.

            El problema de la validez del bautismo punitivo aplicado a los moros durante la guerra se resolvió cuando la Junta de teólogos reunida en Madrid (1.524) dictaminó que los musulmanes entonces bautizados se podían considerar verdaderos cristianos.

            En vista de este informe, dio un decreto el Emperador fechado el 4 de abril de 1.525, mandando que a los bautizados se les tuviera como verdaderos conversos; y un Breve del Papa, fechado el 16 de junio de 1.525, mandaba la predicación a los infieles para que se convirtiesen.

            No terminaban ahí las exigencias de la Iglesia.

            La Inquisición no solamente quería que los moros bautizados abandonasen sus ritos islámicos, sino que exigía el bautismo de aquéllos que pudieron eludir el agua sacramental durante las Germanías.

            La nobleza se esforzaba por librar a sus vasallos sarracenos de aquellos atropellos que podían perturbar la paz de sus dominios; ellos pensaban que a una promoción religiosa seguiría una promoción social y eso no les interesaba en absoluto (19).

            Pero el poder civil respaldaba la pretensión eclesiástica. Carlos V, a quien tan pésimos resultados había dado en el Imperio la herejía de Lutero, era partidario entusiasta de la unidad religiosa. En noviembre de 1.525 ordenó que se bautizase a todos los moros del Reino y si los de Valencia no lo hacían hasta primeros del mes de enero inmediato, deberían salir de España.

            La situación permitía muy pocas probabilidades de convivencia pacífica. La Carta Puebla que otorgara D. Jaime a los sarracenos de Espadán era completamente ignorada. Explotados por sus señores, odiados por el pueblo y obligados por el poder civil y re1igioso a renegar de sus creencias so pena de expulsión, eran factores, más que suficientes, que hacían explicable que los ánimos estuviesen tensos.

            Pronto surgió el primer foco de rebelión.

            Los moros de Benaguacil, ayudados por los de Villamarchante, Paterna, Bétera y Benisanó, se declararon independientes, impulsados por un moro agareno procedente de Calanda y respaldados por otros moros aragoneses que se les unieron para hacer frente a las tropas del gobernador Cavanilles.

            El sitio de Benaguacil comenzó el 15 de febrero de 1.526; y después de encarnizados combates la rebelión era sofocada el 17 de marzo del mismo año.

LA REBELIÓN DE ESPADÁN

            Fracasada la rebelión de Benaguacil, el moro agareno se dirigió a la sierra de Espadán, sublevando de paso el valle de Almonacid, Onda, Eslida, Uxó y Segorbe, junto con todas sus respectivas comarcas.

            Esto según Boix y Escolano, pero parece ser que los moros de Espadán se habían levantado con anterioridad a la llegada del de Calanda, ya que el 3 de diciembre de 1.525, en el Consejo de Villareal se hace mención de dicho levantamiento; mientras que el agareno pasaría a la sierra después del 17 de marzo de 1.526, fecha de su derrota en Benaguacil.

            También se sublevaron los moros no bautizados de las sierras de Bernia, Guadalest y Confrides, sumando unos 4.000.

            Estos últimos pronto fueron desalojados y obligados a embarcar en algunas galeotas berberiscas que los quisieron recoger. Los de Bernia, según Escolano, abandonaron en mayo de 1.526 y embarcaron seguidamente en quince galeotas de Berbería.

            Mientras, en Espadán seguía la secesión.

            Reunidos los moros de esta sierra junto con los que pudieron escapar de Benaguacil y otras partes, pensaron en elegir un jefe. La elección recayó en un moro de Algar denominado Carbau (que por cierto estaba tuerto), el cual tomó el título de rey, adoptando el nombre de Zelim Almanzor.

            Este organizó su ejército, hizo construir algunas fortificaciones en puntos estratégicos de la sierra y se proveyó de armas y demás utensilios de guerra. Mientras, los cristianos, por medio de un activo alistamiento, pudieron reunir un ejército debidamente armado y aprovisionado, gracias a los recursos que pusieron a su disposición el gobernador Cavanilles y otros ilustres valencianos, Al frente de las tropas fue puesto D. Alfonso de Aragón, Duque de Segorbe.

            No tardó el Duque en dar principio a sus operaciones, pues a los pocos días de marcha se hallaba ya sobre el valle de Almonacid a la cabeza de 7.000 hombres y una columna regular de caballería, según nos dice Boix. Escolano, en cambio, afirma que eran 3.000 los soldados cristianos.

            En la madrugada del 1 de mayo de 1.526 lanzó el Duque su primer ataque contra una posición enemiga, situada en el monte contiguo al valle de Almonacid. Los cristianos desplegaron una energía superior a sus fuerzas y en vano osaron trepar por algunos cerros erizados e impracticables, porque los rebeldes, seguros de sus elevadas posiciones, lanzaron sobre ellos tal cantidad de piedras que desesperado el Duque de poder ganar aquellas posiciones, suspendió el ataque y mandó emprender la retirada, dejando en el campo más de sesenta muertos, además de doscientos heridos.

            La derrota de Almonacid se debió, según unos, a la escabrosidad del terreno y al reducido número y poco conocimiento del país que tenían los combatientes. Otros, los detractores, opinaban que, siendo los rebeldes vasallos del Duque, este había desplegado poca energía para llevar a cabo el plan de campaña que le habían propuesto los demás jefes expedicionarios.

            Esta sospecha bastó para que lo abandonasen muchos de los caballeros que le seguían. De modo que, reducido el general a operar con un número insignificante de tropas, se retiró a Segorbe. Desde allí mandó sus cartas a Valencia, no sólo con el objeto de vindicar su conducta, sino también de proponer otros medios, en su concepto más eficaces, para proseguir la guerra con ventaja

            En vista de estos acontecimientos se reunió el Consejo que, entre otras medidas, adoptó, como más urgente, la de mandar un cuerpo de quinientos hombres a las órdenes de D. Diego Ladrón y D. Pedro Zanguera para que, situándose en la villa de Onda como más inmediata a las posiciones de Zelim, contuviese por aquel punto a los rebeldes.

            En tanto que el Consejo adoptaba ésta y otras providencias, activando los preparativos, alistando gente y buscando recursos para salir inmediatamente a campaña, no permanecían ociosos los sublevados de Espadán.

            Envalentonados por su victoria en Almonacid y movidos por la necesidad de avituallamiento, los moros salían de noche de sus guaridas y por caminos por ellos bien conocidos pero peligrosos para 1as tropas reales, hacían correrías saqueando los pueblos de la Plana. En una de ellas (en los días que median desde la derrota al 31 de mayo siguiente) entraron en Chilches donde saquearon la población, mataron a cinco personas que no pudieron huir y penetrando en la iglesia se llevaron la arquilla donde se conservaban las formas consagradas.

            La profanación fue muy sentida por los cristianos. En Valencia no se celebró ese año la procesión del Corpus (que fue el 31 de mayo) en señal de duelo y fueron enlutadas todas las iglesias de las diócesis de Valencia, Segorbe y Tortosa. Esta circunstancia impulsó a la organización de un segundo ejército, dándose mayor prestigio y popularidad a la expedición sacando el pendón de la ciudad para colocarlo en lo alto de las Torres de Serranos (esta era la costumbre cuando entraba en conflicto la capital).

            Entre solemnidades y preparativos transcurrieron algunos días hasta que se completó el ejército. Por fin, el 11 de julio de 1.526 sale de Valencia la “Senyera” acompañando a las tropas que sumaban tres mil peones, vecinos todos de la ciudad. En su marcha atravesaron Masamagrell, Murviedro y Nules. En este último pueblo tomó el mando, en nombre del Emperador, el Duque de Segorbe.

            Mientras, seiscientos cristianos que posiblemente serían de la guarnición enviada por el Consejo a Onda con anterioridad, intentaron desalojar los pueblos de Tales y Artesa, dando lugar a una batalla que duró varias horas. Uno y otro bando sufrieron perdidas por el combate pero permanecieron las posiciones como estaban.

            El 19 de julio llegó a Onda el grueso del ejército, reforzándose al día siguiente con quinientos infantes escopeteros que enviaba a la expedición la villa de Morella. También se unieron a las fuerzas los tercios de Murviedro, Villareal y Onda, así como numerosos caballeros, deseosos todos de tomar parte en la empresa.

            Puesto ya el ejército en pie de guerra y aceptado el plan del Duque de atacar las posiciones enemigas que se prolongaban hasta Alcudia de Veo y Ahín, amaneció el 21 de julio y se dio la voz de ataque. Éste fue muy sangriento.

            Los moros se rehicieron siete veces, pero fueron llevados de vencida hasta Alcudia y Ahín. El saqueo de estos dos pueblos, junto con Artesa y posiblemente Tales, importó treinta mil ducados, que fue una gran pérdida para los rebeldes.

            La victoria cortó el movimiento de insurrección, que posiblemente hubiese cundido en todo el Reino si el vencedor hubiera sido Zelim.

            Alojado el Duque en Ahín con el gobernador Cavanilles y más de ciento veinte caballeros, creyeron que sus fuerzas eran insuficientes para dar el asalto a tanto moro (que según Honorio García eran unos cuatro mil) y a tan espaciosa sierra. Se optó, pues, por reclutar a más gente y enviar un mensaje a los moros, comunicándoles que si no bajaban dentro de tres días, se les haría guerra a sangre y fuego.

            Este ultimátum se dio el 23 de julio. En esto se supo de la llegada a Valencia del Cardenal de Florencia, legado y sobrino del Papa Clemente, y de su concesión, fechada el 8 de agosto, dando la absolución, a culpa y pena, a todos los que tomasen parte en la campaña. Esta medida extraordinaria fue suficiente para que se presentasen al cuartel general numerosos cuerpos de voluntarios que los pueblos mandaban a su costa. Al mismo tiempo, los altos personajes de la capital se apresuraron a remitir al ejército abundantes recursos. Abastecidas así las tropas, el Duque prosiguió sus operaciones distribuyendo por los montes contiguos al Pico de Espadán compañías sueltas, con el encargo de hostigar al enemigo en varias direcciones.

            Un monte de las proximidades de Ahín fue tomado por los atacantes, pero unos días después los moros lo recuperaron, matando en esta ocasión a un alférez y numerosos soldados.

            (Cerca de Ahín existe un monte denominado “la Batalla”. Según los actuales habitantes de Eslida y Ahín, su nombre le es dado por una lucha librada allí entre moros y cristianos. ¿Sería éste el lugar de los hechos expuestos?)

En el centro de la imagen, monte de la Batalla (Mapa base del Instituto Geográfico Nacional)

            A pesar de las numerosas escaramuzas habidas, las operaciones del ejército imperial eran lentas y no muy efectivas. La realidad es que las fuerzas del Duque se veían incapaces de dar alcance por aquellos elevados riscos a un enemigo que, más ligero por su sistema de armaduras y por su conocimiento del terreno, huía y se replegada con rapidez, diezmando las filas cristianas.

            En tal estado de cosas, sólo sería posible arrojar a los sublevados de sus posiciones si se realizaba una batida general desde varios puntos a la vez. Necesitando el Duque para ello de más fuerzas, suplicó al Emperador que detuviese en nuestro Reino un regimiento de tres mil alemanes, todos ellos soldados veteranos, que venían por Valencia para embarcarse en Barcelona con dirección a Italia. Accedió Carlos V a esta súplica y los alemanes recibieron orden de reunirse enseguida al ejército del Duque.

            Capaz ya, por número de combatientes, de comenzar la batida, el Duque dividió el ejército en tres columnas. Comenzó el ataque el 19 de septiembre de 1.526, iniciándose por la parte de Almedíjar, que era la más fortificada. El estruendo era formidable y horrorosos los alaridos de la multitud que había acudido al campo con la esperanza del botín. Los soldados, con la ballesta o el arcabuz al hombro, trepaban con audacia por aquellos riscos, no sin encontrarse por doquier con los cuerpos despedazados de sus camaradas empujados a los barrancos por las peñas, sin que el moro recibiera, aún, daño notable.

            Los sarracenos defendían con pasmosa constancia sus trincheras y reparos; pero lanzados por todas partes, acuchillados de guarida en guarida, perseguidos con furor y rendidos por fin al valor y al número, los que sobrevivieron por diferentes puntos huyeron, dejando en el campo más de dos mil muertos sin que pareciesen vengados, pues el número de los atacantes muertos fue mayor.

            Según la tradición conservada hasta nuestros días en los pueblos lindantes al monte Espadán, la derrota aconteció en el “Barranc dels Morts”, nombre que hace alusión a los muertos habidos allí en aquella batalla.

Pico Espadán (izquierda) y Barranc dels Morts (derecha), últimos escenarios de la revuelta (Mapa base del Instituto Geográfico Nacional)

            Concluida con tan considerables pérdidas esta campaña que aseguraba por entonces la paz del Reino, regresó a Valencia el ejército victorioso, llevando ricos despojos y numerosos esclavos. Formaban en vanguardia los alemanes; venía en pos el estandarte de Valencia, escoltado por ocho compañías del país y cerraba la retaguardia el resto de la tropa. Entróse el pendón, según costumbre, por encima de las Torres de Serranos y, seguidamente, entraron los vencedores en la Capital entre vítores del pueblo que salió a recibirles.

            Los despojos fueron vendidos públicamente, calculándose su valor en más de 200.000 ducados, sin tener en cuenta lo mucho que los aventureros y auxiliares alemanes se llevaron a sus respectivos países (20).

            Según Boix, a fines de este año (1.526) no había ya un solo musulmán en nuestra península. Y parece ser que de derecho efectivamente no había un solo musulmán, pero de hecho los moriscos eran tan musulmanes como antes o quizá más.

            Perseguidos por el gobierno y por la Inquisición y odiados por el pueblo, no cedieron; seguían acatando la rectoría moral y religiosa de los alfaquís, formando un grupo muy compacto. Pero la desgracia se cernía sobre este pueblo: Tras la derrota de Espadán aún les quedaban casi cien años de sufrimientos de todo tipo, provocados por la comunidad antagónica a la suya, que tenía en sus manos el poder y la mayoría. Finalmente, el 4 de agosto de 1.609, el Rey Felipe III ordena la expulsión. Entonces nuestro país tuvo que contemplar el éxodo de la gente más laboriosa y eficiente del Reino. Así terminaba un capítulo triste e importante de nuestra historia con un fracaso, el de dos comunidades que no supieron comprender el valor del respeto mutuo y la convivencia.

APENDICE 1º

            Para la realización del presente trabajo, además de consultar diferentes publicaciones relacionadas con el mismo, hemos creído conveniente visitar el lugar de los hechos.

            Así es como hemos podido apreciar la particular belleza y escabrosidad de la Sierra de Espadán, sacar fotografías y sobre todo conocer a algunas personas e incluso entablar con ellas verdaderos lazos de amistad. En Artana tuvimos la suerte de poder mantener largas conversaciones con D. Juan Tomás y Martí, pintor, ceramófilo y arqueólogo activo. Actualmente está realizando un trabajo de prehistoria conjuntamente con el S.I.P. Es un buen conocedor de la sierra a la que sube con asiduidad.

            Hemos visitada y analizado lo que podríamos llamar el teatro de operaciones.      Veamos algunas de sus conclusiones, todavía inéditas, fruto de su paciente investigación:

            “Por los restos encontrados se puede afirmar, sin lugar a dudas, que fue el pico de Espadán el lugar donde los moros se atrincheraron e hicieron fuertes en la batalla final de esta guerra. Como vestigios más importantes citaremos un gran número de chabolas situadas en toda la cresta de la montaña, de levante a poniente: son pequeñas en su mayoría, pues algunas miden tan solo 1 x 2 m. La cubierta debió de ser de ramaje y tierra, solamente en una vi tejas. Su construcción es de piedra seca y por su número se puede pensar que no serían capaces de albergar a más de dos mil personas.

            En el pico más alto hay una pequeña fortificación construida principalmente de piedra seca y un aljibe hecho a cal y canto.

            Los fragmentos de cerámica que se encuentran por allí con otros utensilios coinciden plenamente con la época de los acontecimientos.

            Toda la cumbre es una fortaleza natural, fácilmente defendible. El punto más fácil de acceso es el de Algimia y Almedíjar. Por eso deducimos y coincidimos con la versión histórica que señala que el asalto al pico fue por la parte de Almedíjar. Por la topografía, por la tradición y por su nombre, dado a raíz de esta gesta, se puede sostener la hipótesis de que la derrota tuvo lugar en el “Barranc dels Morts” situado al norte de la referida montaña.

            Estas comprobaciones tuvieron lugar antes de nuestra guerra. Posiblemente su paso por Espadán habrá podido borrar algunos rastros, pero creo que se encontrarán restos suficientes para demostrar la veracidad de mis afirmaciones.

            Si hay alguna duda o versión contraria a que fue el pico de Espadán el punto final de este alzamiento, difícil les será poder presentar un testimonio como el que yo expongo.

            Yo1o he buscado por toda la sierra y solamente lo he encontrado allí.”

            Esta es la versión del Sr. Tomás, a la cual nos adherimos plenamente porque conocemos su realismo y su honradez como arqueólogo conocedor del terreno en cuestión y como persona.

(Cremos de interés a la hora de revisar el presente trabajo (septiembre de 2012) para su publicación, dar cuenta de la situación en que ha quedado el Pico Espadán después que en los años 80 del siglo pasado unos falsos arqueólogos se dedicaran durante bastante tiempo a saquear los yacimientos, destruyendo las casetas y recogiendo las piezas que consideraron de interés. Todo con el fin de engrosar sus colecciones particulares, este saqueo se hizo con la más absoluta ilegalidad y sin ningún cometido científico. No hay la menor duda de la gran pérdida que han ocasionado al conocimiento de la historia de nuestra Sierra, eliminando también un valor turístico que en un futuro hubiese podido aportar muchos recursos económicos a nuestra zona.)

APÉNDICE 2º

 

CARTA PUEBLA OTORGADA POR EL REY D. JAIME I A LOS MOROS POBLADORES DE ESLIDA, AYN, VEO, SENGUEIR, PELMES Y ZUERA, EN EL Año 1.242.

            Ésta es la carta de gracia y seguridad, que Jaime por la gracia de Dios Rey de los Aragoneses, de los Mallorquines, de Valencia y Urgel y Señor de Monpeller, otorgó a toda la unión de sarracenos que habitan en Eslida, en Ayn, en Veo, en Sengueir, en Pelmes y Zuera, los cuales se sometieron a su servicio, declarándose vasallos suyos.

            Así, pues, les concedió la propiedad de sus casas y posesiones en todas sus alquerías, con todos sus términos, entradas y salidas, en regadío y secano, trabajadas y no trabajadas, así como todos sus huertos y plantaciones (con derecho a) explotar sus aguas como se acostumbró en tiempo de los sarracenos y a dividirlas como es costumbre entre ellos, y que sus ganados puedan pacer en todos sus términos como se acostumbró en tiempo de los paganos, y que no se envíe a cristianos ni a cualquiera de otra fe para habitar en sus términos, sin consentimiento de ellos.

            Que nadie sin ganado “allane” sus pastos y que estén salvos y seguros en sus personas y cosas; que puedan transitar por todos sus términos para tratar de sus negocios sin (interferencias) de cristianos y que el Alcaide del campamento y el Baile no les exijan la prestación de maderas, animales y aguas ni cualquier otra servidumbre de campamento, ni les molesten en sus casas, ni en sus viñas, árboles y frutos; ni les prohíban la alabanza en las mezquitas, ni orar los viernes y días festivos y otros días, sino que lo hagan según su fe: y puedan enseñar el Corán a sus escolares y todos los libros del “Alhadet” según su ley y sean dueños de sus mezquitas.

            Que juzguen sus causas en “presencia” del alcaide sarraceno de ellos y en todas las otras causas según su ley.

            Que los sarracenos que “actualmente” estén fuera de las alquerías de dicho campamento puedan recuperar sus heredades a perpetuidad cuando regresen. Que los sarracenos que deseen marchar que lo hagan y que los bailes no les pongan dificultades.

            Que por esto, los sarracenos no se vean obligados a hacer entrega alguna al alcaide del campamento: y que al marchar estén seguros en su persona, cosas, familia e hijos por mar y por tierra; y que no tengan que hacer parte alguna ni donación ni trato sobre sus heredades, excepto el diezmo del trigo, la cebada, el panizo, el mijo, el lino y las legumbres.

            Que el diezmo se resuelva en la era y que de “los molinos, hornos, mano de obra, hosterías y baños” entreguen aquella parte que solían dar en tiempo de los paganos.

            Que puedan visitar a sus parientes, donde quiera que estén, cuando lo deseen. Que puedan enterrar a los muertos en sus cementerios sin contrariedades ni imposiciones.

            Que los impuestos se paguen según su ley y que no se den de otra hortaliza, como de las cepas, calabazas, ni de otros frutos de la tierra, sino (tan solo) de los indicados anteriormente.

            Que no paguen los diezmos de los árboles, de sus frutos y pasas, pero paguen los de los vinos y den… de los ganados como lo han acostumbrado.

            Que los cristianos no se hospeden en sus dominios y heredades, a menos que los sarracenos lo consientan.

            Que los cristianos no litiguen contra los sarracenos si no es según la ley sarracena.

            Que los sarracenos de dicho campamento recuperen sus heredades, donde quiera que estén, excepto en Valencia y Burriana.

            Que las colmenas y establos no paguen sino aquello que ya se indicó.

            Cuando un sarraceno muera, que sus sucesores hereden la heredad de aquél.

            Que los sarracenos que deseen contratar fuera de la villa puedan hacerlo sin oposición del alcayde y sin servidumbre.

            Que los de Eslida, Ayn, Veis, Palmes y Sengueir estén francos de todas estas cosas (imposiciones) desde el día en que el señor Rey dominó este campamento hasta (el término) de un año. Y completado este año, sirvan como se indicó anteriormente.

            El Señor Rey los acogió a ellos ya a sus descendientes bajo su tutela y cuidado.

            Dado en Artana en las cuartas kalendas de junio del año del Seño de mil doscientos cuarenta y dos.

            Son testigos de esta carta el maestro del templo, el maestro del hospital, Guillermo de Entenza, Eximen de Foces, Ladrono, Eximen de Pedro, El Comendador de Alcania, el hermano Garcés.

            Firmado: Jaime, por la gracia de Dios Rey de los Aragoneses, de los mallorquines y de Valencia, “Conde” de Barcelona y de Urgel, Señor de Monpeller, que aprobamos y concedemos todo lo dicho, como anteriormente queda expresado.

            Yo, Guillamón, escribano del Señor Rey lo trascribo en este lugar por mandato del mismo, el día y año expresado.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

l.- Joan Fuster, Poetes, Moriscos i Capellans. València.1962

2.- Boronat, Moriscos. I, 544. (Nota encontrada en el libro anterior).

3.- Escolano, Décadas. II, col. 1836.

4.- Peregrín, Luis Llorens. Boletín de la Sociedad calstellonense de Cutura, Tomo XLIII. 1967.

5.- Beuter, Crónica de España. Primera época, Lib. I, Cap. XLI 1.546.

6.- Joan Fuster, Poetes, Moriscos i Capellans.

7.- Florencio Janer, Condición social de los moriscos en España.

8.- Archivo de la Biblioteca General de Valencia. L. 1º del Real patrimonio. Folio 238.

9.- Honorio García, Orígenes del Ducado de Segorbe. Castellón 1.933.

10.- Peregrín, Luis Llorens, Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura.

11.- Honorio García, Orígenes del Ducado de Segorbe.

12.- Beuter, Crónica general de España. Primera época. L. I Cap. XLVII, 1.546.

13.- Joan Reglá, Aproximació a la Història del País Valencià.

14.- Joan Fuster, Nosaltres els valencians. Barcelona. 1962.

15.- Joan Reglá, Aproximació a la Història del País Valencià.

16.- Joan Fuster, Nosaltres els valencians.

17.- Joan Fuster, Poetes, moriscos i capellans.

18.- Honorio García, Historia de la Vall de Uxó.

19.- Joan Reglá, Aproximació a la Història del País Valencià.

20.- Para la elaboración de este capítulo hemos consultado la siguiente documentación:

            -Escolano, Décadas, II.

            -Honorio García, Historia de la Vall de Uxó.

            -Boix, Historia de la Ciudad y Reino de Valencia. T. II.

            -Benet Traver, Vilareal en la guerra dels moros de la Serra d’Espadà.

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